“La Iglesia de san Baskardo se alzaba en un alto, a la izquierda del camino que conducía a la playa de Azkorri”. (La tierra convulsa, 58)
EL BARRIO DE SAN
BASKARDO
El barrio de San Baskardo en la
ficción pinillesca, “barrio matriz de Getxo”, es el barrio de Andra Mari.
Este fue uno de los dos núcleos
medievales que está en el germen de la ciudad que hoy conocemos como Getxo.
El nombre de Andra Mari le viene dado por la Iglesia dedicada a la Virgen Maria, Andra Mari en euskera. En la ficción pinillesca esta Iglesia está dedicada a San Baskardo, el primer mártir del santoral vasco de la zona. Y de él el nombre del barrio de San Baskardo en su Trilogía.
Y esta es la historia.
Era Domingo. En La Venta, taberna
de chiquiteo y de encuentro del barrio,
iba a haber un gran banquete. Un banquete donde se serviría la carne
asada de aquellas llamas traídas del Perú que habían asolado el barrio y, finalmente, acosadas, cazadas y muertas en el
palacio de la marquesa Oiandía. Todo el pueblo estaba invitado. Las sociedades
gastronómicas organizaban el banquete. Habría música, competición de arrastre
de bueyes y de bertsolaris.
Entre los bertsolaris destacaba
uno al que su naturaleza enfermiza no le había dado descanso. Sufrió todas las enfermedades posibles y de todas se
había ido salvando de milagro. Era de cuerpo muy débil pero tenía un don
especial para las narraciones versificadas. Y cualquier tema le daba pie para
cantar viejas historias de tiempos remotos que nadie entendía.
La comilona iba acabando y era el
momento de los bertsolaris para lucir su
ingenio y gracia.Todos los comensales lo estaban esperando. Había empezado su competición que debía versar sobre temas de vinos y aguas. Y
siendo el turno el de aquel bertsolari enfermizo, justo entonces pasaba ante La Venta con un venado al hombro,
camino de sus tierras de Sugarkea, Kume Baskardo, descendiente de la antiquísima estirpe de los Baskardos de Sugarkea. Al verlo pasar, su cuerpo debilucho adquirió “una dureza de trance”… y comenzó a cantar viejas historias de los
Baskardo que nadie conocía o recordaba.
Y entre las viejas historias les
cantó que una madrugada llegó a Arrigúnaga un chinchorro con un viejo de barba
blanca, vestido de harapos. Al verlo, el patriarca
Baskardo bajó a la playa para detener su avance.
-
Ave Maria Purísima- saludó el viejo
-
No queremos forasteros,- le atajó, seco, el
Baskardo
-
Yo no vengo a robar sino a dar,- dijo, manso, el
recién llegado.
-
Precisamente es lo que no nos gusta de los
forasteros, que nos traigan cosas,- le espetó el Baskardo
-
Yo no traigo cosas; traigo todo,- dijo sacando
un muñeco cosido a unos palos en forma de cruz.
Como la debilidad del anciano, después de la travesía, era
grande, y sus piernas ya no le aguantaban, el Baskardo, hospitalario, lo llevó a
casa. Y durante dos días le dio colchón y lo alimentó con pan de encina. Cuando
el anciano despertó, le empezó a hablar de su Dios, el Baskardo le cortó
diciendo que tenían a Urtzi; el anciano le habló de La Virgen y Baskardo le
replicó que tenían a Amai; y, cuando aquel anciano le quiso hablar de la cruz y
de Jesucristo, el Baskardo le nombró el lauburu. ”Todo eso ya lo
teníamos nosotros”.
Salió el recién llegado de casa
del Baskardo y fue por las tierras fascinando a sus oyentes con el relato de la
paloma que todos los humanos tienen en el pecho y que, al morir, sale del pecho y vuela hacia el
cielo para reunirse con Dios.
Al ver el Baskardo que había
cobijado un cuervo, fue a su encuentro y se lo llevó a Arrigúnaga para botarlo
en el chinchorro. Pero fueron interceptados y capturados los dos por un piquete
de legionarios romanos que, desde hacía tiempo, perseguía al predicador de la
religión prohibida. Al fin lo habían encontrado.
Como castigo ambos fueron
crucificados en la cruz. El Baskardo no quiso oponerse y nada quiso decir para
que no le tomaran por cobarde. Y estando en la cruz les gritaba a los suyos: "¡No
creáis lo que estáis viendo!"
Murió, por tanto, como un mártir más
del cristianismo y tres siglos más tarde
subió a los altares.
Y les cantó el bertsolari que, cuando
el señor de Goitsu mandó construir una iglesia, eligió para ella el santo del
lugar (¡Recuerda, oh recuerda ! pág150 y ss , cuento recogido en Los cuentos, ed. Tusquets)