Me llevaron a Getxo siendo un bebé, con menos de un año, y allí pasé
todos los veranos de mi niñez en un
caserío desde el que se veía la playa de Arrigúnaga”
El caserío al que alude Pinilla es el ya
desparecido caserío Arrune que ocupaba una parte del espacio de lo que hoy
es la zona ajardinada, con parque infantil incluído, que se conoce como Las
Campas de Arrigúnaga.
A un tiro de piedra está la playa, enmarcada hacia un lado por el
acantilado de La Galea y hacia el otro por la peña Abasota. Este arenal, el más
septentrional de cuantos se encuentran en el Abra, es la playa de Algorta.
“La
libertad es la infancia: yo descubrí la libertad en la playa de Arrigúnaga”. Fue aquí, en este entorno, donde quedó
atrapado, disfrutando, durante los trece
primeros veranos de su vida, “con las
playas, las pescas, las cacerías, todo el verano en alpargatas, medio desnudo…”
Y fue, hasta que duró, el contrapunto a
la rigidez de la vida de estudiante del resto de los meses del año en los que
tenía que ir “al colegio Santiago Apóstol, de frailes, de ingrato recuerdo”, en
Bilbao. “Supe lo que era la libertad a través del
choque que se producía cuando el último día de septiembre cogíamos el tren para
Bilbao.”
La guerra civil rompió las
vacaciones veraniegas en el caserío, pero no pudo romper el embrujo de la playa
de Arrigúnaga. Porque tuvo claro que un día volvería a Getxo para vivir
definitivamente.
El embrujo de la playa… “Es irremediable, siempre se vuelve a los orígenes. Apoyándome en todo
aquello, he creado mitos, leyendas y
personajes, historias que han partido de mi pequeña patria, de la playa de
Arrigúnaga. Para mí es mágico, pero en sí mismo no es mágico. Pero de mayores
tenemos perfecto derecho a idealizar la infancia, y algunos lo escribimos. Para
mí la playa sigue siendo la misma. Doy un paseo por La Galea y siempre la miro
y sigue tan hermosa y nostálgica como siempre”
Arrigúnaga en euskera significa lugar de
piedras, lugar de rocas.
Son varias las rocas que enmarcan esta
bellísima playa. Por la izquierda, la roca Abasota, que se adentra en el Abra.
Por la derecha, al pie del imponente
acantilado de La Galea, la peña de Kobo. En el centro, y a poca distancia del
lugar donde rompen las olas, están las rocas de Eskarrakarramarro, que de
cuando en cuando se hacen visibles, como comenta uno de los hijos de la
marquesa en su día de playa.” La playa se ha hecho más grande con la bajamar.
Nunca he visto antes tantas peñas descubiertas.” (La tierra ..., 26)
Esta playa se sitúa al pie de las ruinas de
un castillo “un conjunto de viejos muros de piedra arenisca (…) derruidos,
gastados lo que quedaba de ellos por el viento y la lluvia, con oquedades
pulidas en muchas piedras, sin forma adivinable de castillo, y habría pasado
por cualquier otra cosa de no contar con la leyenda, que lo atribuía a los
moros, y a su misma situación estratégica, pues aquello, fuese lo que fuese,
fue edificado sobre el monte que dominaba la playa, en la parte central de
ésta”...( Las ciegas hormigas, 163) Desde estas ruinas se abarca en su
totalidad la playa. Es una vista extraordinaria.
En el talud formado entre la playa y la
terraza algo ondulada que ahora es zona ajardinada quedan unos tamarises,
arbustos que debían ser muy abundantes en aquellos años cuando el escritor era
niño, y que daban cobijo a multitud de
pájaros y a algunas parejas que
aprovechaban el ramaje y la sombra para sus arrumacos, cuando estaba mal visto
exteriorizar el amor o el deseo. Y Pinilla, de chico, lo vio en sus correrías
por estos sitios y ambas cosas, refugio de pájaros y parejas, recuerda y recrea
Pinilla en pasajes de algunos libros. Ahora, casi ni los pájaros tienen cobijo
porque los tamarises han ido desapareciendo. Y las parejas ya no necesitan
esconderse tanto.
mitos, leyendas y
personajes, historias…
Esta
playa es un lugar mítico en la obra de Pinilla. . “Casi
todas las historias que he escrito han encontrado inspiración en esta playa que
es el centro de mi mundo real y mi mundo imaginario.”
Son numerosísimas las escenas que tienen en la
playa su centro. He aquí algunas de ellas.
- Tarde de pesca de los hijos de la marquesa en
Arrigúnaga, con la leyenda de El Negro, el gigantesco congrio que se mueve por
sus aguas (La tierra .., 26-30.).
El mito del Negro aparece por primera vez en Las ciegas hormigas. Y lo retomará años después en Andanzas de Txiki Baskardo (58).
- Partidos de fútbol de los marinos de los
cargueros ingleses entre ellos y, posteriormente, contra un equipo de Getxo (La tierra convulsa, 95-98)
-Apareamiento de Roque e Isidora (La tierra convulsa, 210-218)
Estábamos en el estudio de su casa Walden, en
Getxo, y le pregunté cuál era la escena de la playa que más le gustaba. Él
contestó que el episodio de Roque e Isidora, cuando vienen de La Arboleda.
- Cuando Roque se folla a Isidora – dice
Lucía-, como hacen los Baskardos con sus hembras en el mar.
- No. Isidora se lo folla a él,- le corrige Ramiro.
-Fabiola está en la playa arengando a los
trabajadores en el Primero de Mayo por
la revolución social. Roque se acerca. ¿Es Isidora? Hace con ella lo que en Getxo
hacen los Baskardo de Sugarkea con las hembras en el mar... (Los cuerpos desnudos, 181-186)
-Etxe, madrugador impenitente, visitador de la
playa a primeras horas de la mañana, “que buscaba los míseros tesoros que la
mar arrojaba la noche precedente” encuentra la Gran Madera, el Catafalco, el
Altar... y los bueyes de Larreko la arrastran hasta la Campa del Roble. (La tierra convulsa, 332-337). Es la leyenda de La Venta.
-Martxel, Jaso y Fabiola van, semidesnudos, a
pesar de la oposición de su madre, desde su casa hasta la playa. Allí, por la
noche, bajan a pescar los Baskardo de Sugarkea. (Los cuerpos desnudos, 47-53)
-“Jamás maginaría Etxe que alguna vez encontraría
en Arrigúnaga lo que encontró aquella madrugada”. Leonardo, uno de los gemelos,
hijos de Roque y Madia o Magda estaba atado a una roca con una argolla al
cuello y cubierto por el agua de la pleamar. (Los cuerpos desnudos 335-337). En la nueva novela Solo un muerto más ( 2009) desvelará la
muerte por asesinato. Novela policíaca protagonizada por Samuel Esparta, el
alias del librero Sancho Bordaberri