“Esta calle
BOSTGARRENA se abrió para ofrecer digno acceso al nuevo camposanto; rebasado
éste, concluye en la gran explanada que corona el acantilado de La Galea, (251)…
Ramiro Pinilla no está en este cementerio
porque no fue enterrado en él; Ramiro
Pinilla fue incinerado. Pero de haber sido enterrado tampoco estaría; su tumba
se habría abierto por el fondo y él habría descendido hasta su playa,
Arrigúnaga, y, desde allí, alejándose sobre una suave corriente marina, nos
habría dicho adiós con la mano, despidiéndose, volviendo al mar, de donde todos
venimos. Porque esto es lo que pasa en los cementerios marinos con los allí
enterrados.
Esta leyenda suya de los cementerios marinos forma parte del entramado de su novela negra El cementerio vacío. Es la segunda novela protagonizada por el
librero Sancho Bordaberri ,el de la Librería
Beltza, que se transforma en
Samuel Esparta, investigador privado, cuando
recibe encargos para resolver algún
asesinato y se vestirá con “traje,
sombrero, corbata y gabardina”. En este caso, tiene que resolver un asesinato
cometido junto a la Iglesia de San
Baskardo.
Simona,
la abuela del caserío Ukamena, conocía la leyenda. “¿Nunca te contaron la
historia de los cementerios costeros que se vacían por el fondo?” (68), le pregunta
a Sancho. Y Sancho, Samuel, se la contará
a Koldobike, su ayudante y secretaria en la librería. Y hasta el comisario
encargado del crimen quedará fascinado por “El encanto amoroso que esconde esa
hermosa leyenda de los cementerios que se vacían y prometen una eternidad en el mar” (146)
La abuela Simona sabía de los amores de su
nieto Balendín y de la chica asesinada. “Se querían mucho” Sabía que cuando les llegara la hora, los dos
serían enterrados en tumbas, una al lado
de la otra. Como suele ocurrir, uno moriría antes y el otro, después; la tumba
vacía esperaría al vivo. Y cuando estuvieran ocupadas las dos, ellos se
abrirían un túnel por el fondo para salir al mar y vivir juntos la segunda
vida. “Ahora mi nieto tendrá que pedir a Gabino que le guarde una tumba al lado
de Anari”. (65) (Gabino , el enterrador, está presente en muchas de sus novelas)
Y eso es lo que le explica Balendín a Sancho.
Le habla de su promesa con Anari, de “ser enterrados en tumbas pegadas la una a
la otra y cuando estuviéramos los dos, salir de nuestras cajas y de la tierra y
bajar a la mar para vivir siempre juntos” (69)
Pero, según la leyenda, eso sólo pasa en los
cementerios marinos. Hay un curioso investigador, Luis Federico Larrea, “un
Larrea de Neguri” que en la novela anterior Solo
un muerto más quería hacer un mapa de
Getxo pero con la distancia entre montes, caseríos, calles, plazas…medida en pasos, que ahora
ha ido a la librería Beltza porque “quiere leer libros que traten de esa
leyenda sobre tumbas de la costa que se quedan sin inquilinos” (114)
Y siguiendo la leyenda, lleva “años estudiando
la divisoria entre los cementerios costeros y los otros, entre los que se
vacían y los que no…” (200)
Y este curioso investigador propone un
sistema de comprobación de la leyenda: “El extremo inferior de la cuerda
rodeará la cintura del cadáver y se hará un nudo. La cuerda saldrá del féretro
por una rendija y remontará a la superficie mientras el sepulturero vierte
tierra a la fosa, tierra blanda que facilitará un conducto casi natural para la
cuerda. Bastará tirar de ésta, días o años después, para conocer si el cuerpo
sigue en su sitio. La cuerda se cobrará suavemente y hasta su final si el
cuerpo se esfumó” (207-208) ¡Asombroso el método, tanto como el personaje!
Esta leyenda pinillesca aparece en su cuento
“Recuerda, oh recuerda” (Ediciones
del Centro 1975; cuento recogido después en Los cuentos, de Tusquets editores).
-
“Según una leyenda los
cementerios costeros se vacían por el fondo.
-
Sí, yo he despedido desde el
monte a muertos conocidos que se alejaban con la corriente”
-
No puede ser- arrastró el
maestro
-
Sí – apuntaló Gain Baskardo-.
Abren un túnel por debajo para salir a la mar.”(180)
En
Verdes
valles hay un recuerdo pasajero. Efectivamente,
en Oiarzena, la casa comuna de los hijos de la marquesa de Oiandía, se ha muerto
un anciano de 99 años, un pordiosero al que habían acogido. Están los moradores
de la casa hablando sobre dónde enterrarlo. Y Adolfo, el amigo íntimo de
Moisés, comenta: “Me habéis hablado de la leyenda de los enterrados en el
cementerio que abren un conducto por el fondo para regresar al mar. Perderíamos
a nuestro amigo”
No
sé si en algún lugar de Chile o en otros sitios circula una leyenda similar a la de Pinilla.
A veces la antropología recoge en sitios muy distantes, leyendas y costumbres parecidas. La
tumba del gran poeta chileno Vicente Huidobro (1893-1948) está asentada en una montañita con vistas al mar. En la
tumba del poeta hay un epitafio que dice:
Aquí yace el poeta Vicente Huidobro
Abrid la tumba.
Al fondo de la tumba se
ve el mar.
Si Ramiro Pinilla hubiese sido enterrado en el cementerio de La Galea veríamos su tumba abierta por el fondo, un fondo que nos llevaría al mar. Y él no estaría en el cementerio.