“En 1966, el Ayuntamiento proyectó levantar
un instituto de segunda enseñanza en los humedales de Fadura, lo que provocó un
curioso conflicto con el ocupante de la diminuta parcela, que no abandonaba
desde la guerra. Por muchas razones que buscamos a lo largo del tiempo, no
encontramos una sola que explicara qué le hizo permanecer esos treinta años
cuidando aquella higuera (…) “(41) (La que esto recuerda es Mercedes Azkorra, la maestra de niñas de la escuela de Algorta).
Es cierto, en los humedales de Fadura, en 1966, se inauguró
un instituto de segunda enseñanza al que se conocía como Getxo I. (A partir de 1981 se le daría el nombre de Instituto Julio Caro Baroja). A su alrededor se fue haciendo un amplio espacio ajardinado con árboles de varias clases, algunos arbustos y flores. Un diminuto jardín botánico.
Ramiro Pinilla juega en su novela La higuera, publicada en 2006, con el año de inicio de construcción del instituto y su jardín.
Y es aquí, en este entorno donde el escritor centra la acción de su novela: “en la vega de Fadura”, “en aquel minúsculo terreno” “con aquel hombrecillo de la cabaña” que regaba algo por las noches, pero a nadie importaba qué regaba hasta que meses después de su aparición en el julio del 37 “se descubrió el esqueje de higuera” (13). Y aquel desconocido continuó durante treinta años cuidando aquella higuera. Luego vendría “un curioso conflicto con el ocupante”.
Ramiro Pinilla juega en su novela La higuera, publicada en 2006, con el año de inicio de construcción del instituto y su jardín.
Y es aquí, en este entorno donde el escritor centra la acción de su novela: “en la vega de Fadura”, “en aquel minúsculo terreno” “con aquel hombrecillo de la cabaña” que regaba algo por las noches, pero a nadie importaba qué regaba hasta que meses después de su aparición en el julio del 37 “se descubrió el esqueje de higuera” (13). Y aquel desconocido continuó durante treinta años cuidando aquella higuera. Luego vendría “un curioso conflicto con el ocupante”.
Sabemos
por “el ocupante”, Rogelio Cerón, que
el conflicto vino porque no aceptó ninguna propuesta del Ayuntamiento, aunque
todas las propuestas muy ventajosas, de
cambio o permuta de su terreno por otras parcelas.
Unas
eran propuestas y, a veces, artimañas impulsadas por sus camaradas falangistas de la
guerra, que veían que, al arrancarlo de allí desaparecería el testigo de una
tumba acusadora; tumba que ellos sabían que estaba debajo del árbol.”Esa tumba es un residuo privilegiado de todo ello” (212). Era un testigo de sus crímenes de
guerra. Otras propuestas le llegaban del propio Ayuntamiento, necesitado de aquel espacio que había escogido para la construcción de un edificio
escolar.
A pesar de todas las presiones, Rogelio
Cerón no abandonó la parcela. Y, una vez muerto, tampoco
consiguieron mover la higuera y tumba de su sitio. Lo que pasó lo
sabemos por la señorita Mercedes, que recuerda que fue don Gabino, hermano e hijo de los asesinados,
ahora cura coadjutor de Erandio, el que le dio la coartada al alcalde falangista
de Getxo. “Necesito una coartada técnica
para dejar la higuera donde está y que el instituto la envuelva” (261), les
había dicho a los arquitectos.
Y,
aquel niño que había enterrado a su padre y hermano y encima de la tumba había plantado
un esqueje de higuera, con los años convertida en árbol, fue el que, ahora
sacerdote, encontró la solución que al alcalde le pareció buena. Explicaba en
un informe las ventajas que supondría “la
creación de un jardín botánico con una rica exposición de plantas, árboles y
flores tanto autóctonas como exóticas. Su emblema sería la Picus carica, la
higuera, nuestra higuera. El jardín botánico se extendería a su alrededor. No
habría que moverla” (262).
La pequeña historia que viene a continuación le haría sonreír a
Ramiro Pinilla:
Alguien impulsó la lectura de su novela entre alumnas y alumnos. ¿Cómo
no hacerlo, si parte de la trama tenía el instituto y su jardín como lugar escogido
para una ficción?
Y lo que pasó fue que algunos lectores, alumnas y alumnos y un profesor del Departamento de Biología, Jesús Fernández Ungil, quisieron encontrar aquella higuera por el jardín del instituto...
¡Qué bonito entramado pinillesco donde se mezclan ficción y realidad!
Al no encontrar rastro de la higuera, el mencionado profesor y otra profesora del mismo departamento de Biología, Mercedes Umaran, se movieron para convertir la ficción en realidad: conseguir una higuera para el jardín. Solicitaron al Departamento de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Getxo que les plantara una, y lo consiguieron. De todo esto tuvo noticia Ramiro Pinilla estando ya en el Hospital y le hizo muchísima ilusión.
Cuando murió Pinilla, su hijo, Rami, le comentó a Anabel,
bibliotecaria del Aula de Cultura, que su padre tenía, en Walden, la casa
familiar, un retoño de una higuera suya. “Un
retoño muy majo, aunque pequeñito, que también se podría plantar allí, junto a
la otra higuera…”. Y así se hizo, de manera que ahora hay dos higueras en
el jardín del Instituto.
“Finalmente, en medio de
ambas higueras, y a petición del Instituto, nosotros, el Aula de Cultura –comentaba Anabel– hemos colaborado para colocar una placa con
una frase del libro La higuera de
Ramiro”.
(“Ellos” son el padre y el hijo enterrados bajo la higuera)
Este día hubo, además, una pequeña charla con un perfil sobre Ramiro y alguna anécdota sobre esta novela. Después, una breve lectura de fragmentos del libro.
(Hay otra entrada en el blog sobre esta novela: Bajo la sombre de LA HIGUERA. La Cadena