La Venta
La Campa del Roble con la ermita del Ángel y detrás, La Venta
En el barrio de Andra Mari, muy
cerca de la coqueta Iglesia, en la confluencia de la calle Maidagán con la avenida del Ángel se
encuentran dos edificios muy juntos: una vieja taberna, hoy restaurante, de nombre La
Venta y, a su espalda, la ermita del Santo Ángel
Cronológicamente, la
primitiva Iglesia fue la primera
edificación del barrio, allá por el siglo XII; unos siglos más tarde, se
edifica la ermita (el altar data del siglo XVII) y en la fogueración o censo de
hogares para cobro de impuestos de 1796 se nombra “otra casa nueva, llamada La
Venta”. En 1887 ya consta como “vivienda y taberna”.
Pero en
el barrio de San Baskardo los hechos
fueron de otra forma. (La tierra convulsa ,332 -371)
“...fue un Ermo quien, allá por el siglo
XIII, convirtió en mostrador el misterioso catafalco aparecido en la playa de
Arrigúnaga (...)que rodeó de paredes y techo y se convirtió en La Venta”(La tierra ,92)
Una mañana neblinosa Etxe, el tempranero, el gran
madrugador, el que bajaba diariamente a la playa de Arrigúnaga para ver lo que las
olas habían dejado en la arena,
encuentra un enorme bloque
de madera. “Aquí hay madera para tres
inviernos”, le dice uno de los que al cabo del día merodeaban allá viendo la
gran cosa.
El problema será cómo subirla hasta el pueblo. Etxe confía
en su burro. Pero entre los curiosos nadie apuesta por el burro. Es demasiado pesada.
Como el burro no ha podido, Etxe consiente en que sea Larreko con sus bueyes, los más poderosos de la zona, el que lo
intente. Pero Etxe deja constancia de que la madera es suya porque la ha visto
primero.
Y comienzan las apuestas por ver si los bueyes de Larreko
podrán moverla o no.
Los bueyes comienzan el arrastre.
Y se abre el gran interrogante que hasta día de hoy perdura: ¿De quién será la
madera, de Etxe que la vio primero o de Larreko por subirla hasta el barrio? Las
apuestas, ahora, son sobre la propiedad de lo encontrado.
Al anochecer paran el arrastre. Y al amanecer
se reanuda. Llegan por la tarde hasta la Campa
del Roble, al pie del gran árbol. Y ahí se queda porque uno de los bueyes
muere por el esfuerzo.
La disputa entre los dos por la propiedad de la madera continúa. “Yo la vi primero”, recuerda Etxe.
“Sin mis bueyes no sería de nadie,
sino de la mar” le responde siempre Larreko.
Así siguió la disputa durante tres o cuatro años. ¿De quién
era la madera? Cada día se formaba la tertulia alrededor de la madera. Allí
llegaba la gente con “alforjas de alimentos y bebidas”. El txacolí corría
felizmente entre los tertulianos. Y las apuestas continuaban.
Pero fue uno de la estirpe de los
Ermo quien, saltando al otro lado de
la madera, se puso a servir el txacolí y a cobrarlo en especie. Aquella madera
ya tenía otro sentido. La Madera ahora era el Mostrador.
Ermo inició el tiempo de los venteros, taberneros, barmans…
Pasan las generaciones y el dilema de la
propiedad entre Etxe y Larreko sigue sin resolverse. Descendientes suyos siguen
su porfía y descendientes de Ermo siguen tras el mostrador. Y los descendientes
de los apostantes siguen con sus apuestas que pasan a la siguiente generación.
Y es a finales de la cuarta generación cuando
sucedió el episodio de Totacoxe, chica de quince años a la que iban a arrojar
por La Galea por un embarazo de pecado y
que al pasar por delante del Gran Árbol
en La Campa del Roble dijo que veía un Ángel en el árbol.
Y allí se personó el obispo de Iruña para dar fe del milagro
y poner el punto exacto donde se debería edificar una ermita.
“Dice la leyenda que los ojillos de Ermo
brillaron con fulgor singular (...) y, de pronto, se puso a abrir una zanja
alrededor del Mostrador para levantar muros. La Venta, pues.” (Verdes v. 358)
Han pasado siglos y
la controversia continúa:
Roque Altube está en La Venta
esperando que Zacarías Ermo abra. Pide aguardiente. Entra Martín Larreko. Roque
retoma la controversia sobre la propiedad de la Madera, el Mostrador. ( La tierra convulsa, 637-649)
Pasa el tiempo y Roque
con su idea de un sindicato que le quite a Ermo lo que se ha apropiado,
mientras esperan que Las Juntas de Gernika decidan de quién es el Mostrador: de
los Etxe o los Larreko.” Estoy en la mesa
del rincón con Bertol Sangroniz, Deunoro Etxe, Martín Larreko, Lander Bukua,
Antón Basurto y Martico “(Los
cuerpos desnudos, 69-75)
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