miércoles, 6 de diciembre de 2017

Rutas por los verdes valles: echando la vista atrás (3)


Mi primer encuentro con Pinilla.




Este es el punto exacto de la estrada donde abordé al escritor.Era el domingo, 5 de octubre de 2008.

Mi ruta literaria del sábado, día 4, había sido por el otro escenario de la obra de Pinilla, La Arboleda, en “las colinas rojas”, el poblado minero que está al otro lado de la ría.

Cuando vuelvo a Algorta, ya anocheciendo, me dirijo a la cafetería Jolas Aurre de Mikel, en la plaza San Nicolás. Extrañado,  por mi excursión, cuando se la explico, él me pregunta el motivo. “Soy un lector de un escritor de Getxo, Ramiro Pinilla, y he venido de Barcelona a  hacer una ruta literaria. Estoy visitando los dos escenarios, Getxo y La Arboleda, de las tres novelas que he leído: ”.

Coincidencia curiosa. El también ha sido lector de su paisano. Conoce algo de su obra, dice, y su experiencia literaria en Libropueblo. Me habla, incluso, de un libro que yo no he leído, que a él le gusta mucho, Las andanzas de Txiqui Baskardo. Me nombra el barrio donde vive, Andra Mari y me habla de la sencillez y humanidad de un hombre que dirigía la revista vecinal  Galea; y de una persona que era muy asequible. Mikel me había puesto el gusanillo en el cuerpo.

El domingo, día 5, voy a desayunar a su cafetería. Me he levantado con la decisión de ir  al barrio donde vive el escritor. Se lo digo. Y él: “¿Vas a probar? Venga, ¡a ver si hay suerte!”.

Me pongo en camino y, cuando llego al barrio, no sé por dónde empezar. Paso al lado del quiosco; hay gente comprando la prensa o revistas. Paso de largo entre la gente; me cuesta importunar. Voy hacia el sector de casas que hay cerca. Sé que vive en una casa con un rótulo en el muro de la entrada que pone WALDEN. Voy mirando a ver si por casualidad lo localizo. Nada. Desisto de probar fortuna.

Veo un señor. Voy a su encuentro, me atrevo, pidiendo disculpas: “Hola señor, ¿conoce usted a un escritor de Getxo llamado Ramiro Pinilla?” Me contesta: “Sé que vive por aquí pero no tengo ni idea, que este barrio es muy grande. Pregunte usted al del quiosco que nos conoce a todos”. 

Sigo sin dirección fija. Le pregunto a otro señor mayor pero no lo conoce y me recomienda que vaya al vendedor del quiosco. Pues allá voy. Hay gente, ahora también,  haciendo cola; debe ser este un barrio muy lector, pienso.  Me pongo en la fila; guardo turno. Cuando me toca, le pregunto al quiosquero: “¿Sabe usted dónde vive Ramiro Pinilla?” “Sí sé que vive por esa estrada adelante pero ya no le puedo indicar más”. Decepción.

Como el quiosco está al lado de La Venta, entro en el bar; y sigo insistiendo. Hay algunos clientes. Me dirijo directamente al barman, cuando me sirve el café pedido. Como es joven, le tuteo: “¿Sabes dónde vive Ramiro Pinilla?”.“No", me contesta; y sigue: "Es fácil verlo por aquí cerca, porque viene a por el pan  o a por el diario, pero no sé dónde vive”. E inmediatamente, pregunta en voz alta: “¿Alguien sabe dónde vive Ramiro Pinilla?”. Oigo, a mis espaldas, una voz de mujer: “¿Quién pregunta por él?”. La que habla es una señora que está desayunando, al lado de  un hombre más joven, sentados, compartiendo mesa.

Me acerco. “Yo”, le digo: “Somos vecinos, - me dice ella -. Vive al lado mismo de nuestra casa”. Me explica el camino a seguir: subir por la estrada Torrebarria, “esa de ahí enfrente”, me explica señalándomela; se llega a una bifurcación y hay que seguir por donde dice Particular de Uri y, a continuación, a unos metros, “allá encontrará la casa, con un rótulo en su entrada: Walden”. 

Sin saber, de verdad, cómo agradecérselo, salgo del bar. No había dado ni tres pasos cuando oigo detrás de mí una voz que me dice: “Mire, señor, ese señor de niqui blanco que baja es Pinilla”. Era el joven que estaba sentado a su lado.

Un señor con gorra (no con txapela como yo lo había visto en fotografías), con  niqui claro y un bastón bajaba lentamente. Sé que tiene dificultades de visión. 

Tal como lo veo, cruzo la calle, y voy decidido:
“Buenos días. Usted es Ramiro Pinilla, ¿no?”  Sin darle tiempo a responder, añado: “Perdone, es una pregunta tonta porque me acaban de decir que sí es usted” Y yo, emocionado y nervioso le digo:” Pues se me acaba de aparecer Dios”. Pone cara de extrañeza, de no entender. Ante mi nerviosismo tengo que corregir inmediatamente: “Perdone. Ya sé que usted es ateo; pero la frase…es un decir. Se me ha escapado. No tiene más importancia”.

 Y,entonces, me presento:
“Me llamo Gustavo Iduriaga y he venido de Barcelona porque  estoy recorriendo algunos de los lugares de tu trilogía. Estoy haciendo un viaje literario".

Y, ahí, fijos en el mismo sitio de esa estrada estuvimos hablando durante mucho rato. Yo estaba que no me lo creía... La conversación que mantuvimos la explicaré en otra entrada.