viernes, 23 de enero de 2015

El Cementerio vacío ( sin Pinilla )




“Esta calle BOSTGARRENA se abrió para ofrecer digno acceso al nuevo camposanto; rebasado éste, concluye en la gran explanada que corona el acantilado de La Galea, (251)…



Ramiro Pinilla no está en este cementerio porque no fue enterrado en él;  Ramiro Pinilla fue incinerado. Pero de haber sido enterrado tampoco estaría; su tumba se habría abierto por el fondo y él habría descendido hasta su playa, Arrigúnaga, y, desde allí, alejándose sobre una suave corriente marina, nos habría dicho adiós con la mano, despidiéndose, volviendo al mar, de donde todos venimos. Porque esto es lo que pasa en los cementerios marinos con los allí enterrados.

Esta leyenda suya de los cementerios marinos forma parte del entramado  de su novela negra El cementerio vacío. Es la segunda novela protagonizada por el librero Sancho Bordaberri ,el de la Librería Beltza, que se transforma  en Samuel Esparta, investigador privado,   cuando recibe  encargos para resolver algún asesinato y se  vestirá con “traje, sombrero, corbata y gabardina”. En este caso, tiene que resolver un asesinato cometido  junto a la Iglesia de San Baskardo.

Simona, la abuela del caserío Ukamena, conocía la leyenda. “¿Nunca te contaron la historia de los cementerios costeros que se vacían por el fondo?” (68), le pregunta  a Sancho. Y Sancho, Samuel, se la contará a Koldobike, su ayudante y secretaria en la librería. Y hasta el comisario encargado del crimen quedará fascinado por “El encanto amoroso que esconde esa hermosa leyenda de los cementerios que se vacían y prometen  una eternidad en el mar” (146)

La abuela Simona sabía de los amores de su nieto Balendín y de la chica asesinada. “Se querían mucho”  Sabía que cuando les llegara la hora, los dos serían enterrados en tumbas,  una al lado de la otra. Como suele ocurrir, uno moriría antes y el otro, después; la tumba vacía esperaría al vivo. Y cuando estuvieran ocupadas las dos, ellos se abrirían un túnel por el fondo para salir al mar y vivir juntos la segunda vida. “Ahora mi nieto tendrá que pedir a Gabino que le guarde una tumba al lado de Anari”. (65) (Gabino , el enterrador, está presente en muchas de sus novelas)

Y eso es lo que le explica Balendín a Sancho. Le habla de su promesa con Anari, de “ser enterrados en tumbas pegadas la una a la otra y cuando estuviéramos los dos, salir de nuestras cajas y de la tierra y bajar a la mar para vivir siempre juntos” (69)

Pero, según la leyenda, eso sólo pasa en los cementerios marinos. Hay un curioso investigador, Luis Federico Larrea, “un Larrea de Neguri” que en la novela anterior Solo un muerto más  quería hacer un mapa de Getxo pero con la distancia entre montes, caseríos, calles, plazas…medida en pasos, que  ahora  ha ido a la librería Beltza porque “quiere leer libros que traten de esa leyenda sobre tumbas de la costa que se quedan sin inquilinos” (114)

Y siguiendo la leyenda, lleva “años estudiando la divisoria entre los cementerios costeros y los otros, entre los que se vacían y los que no…” (200)

Y este curioso investigador propone un sistema de comprobación de la leyenda: “El extremo inferior de la cuerda rodeará la cintura del cadáver y se hará un nudo. La cuerda saldrá del féretro por una rendija y remontará a la superficie mientras el sepulturero vierte tierra a la fosa, tierra blanda que facilitará un conducto casi natural para la cuerda. Bastará tirar de ésta, días o años después, para conocer si el cuerpo sigue en su sitio. La cuerda se cobrará suavemente y hasta su final si el cuerpo se esfumó” (207-208) ¡Asombroso el método, tanto como el personaje!

Esta leyenda pinillesca aparece en su cuento “Recuerda, oh recuerda” (Ediciones del Centro 1975; cuento recogido después en Los cuentos, de Tusquets editores).
-          “Según una leyenda los cementerios costeros se vacían por el fondo.
-          Sí, yo he despedido desde el monte a muertos conocidos que se alejaban con la corriente”
-          No puede ser- arrastró el maestro
-          Sí – apuntaló Gain Baskardo-. Abren un túnel por debajo para salir a la mar.”(180)

En  Verdes valles hay un recuerdo pasajero. Efectivamente, en Oiarzena, la casa comuna de los hijos de la marquesa de Oiandía, se ha muerto un anciano de 99 años, un pordiosero al que habían acogido. Están los moradores de la casa hablando sobre dónde enterrarlo. Y Adolfo, el amigo íntimo de Moisés, comenta: “Me habéis hablado de la leyenda de los enterrados en el cementerio que abren un conducto por el fondo para regresar al mar. Perderíamos a nuestro amigo”

No sé si en algún lugar de Chile o en otros sitios circula una leyenda similar a la de Pinilla. A veces la antropología recoge en sitios muy distantes, leyendas y costumbres parecidas.   La tumba del gran poeta chileno Vicente Huidobro (1893-1948) está asentada  en una montañita con vistas al mar. En la tumba del poeta hay un epitafio que dice:                                                                                                                                                                                          
 Aquí  yace el poeta Vicente Huidobro
Abrid la tumba.                                                                                         
Al fondo de la tumba se ve el mar.


Si Ramiro Pinilla hubiese sido enterrado en el cementerio de La Galea veríamos su tumba abierta por el fondo, un fondo que nos llevaría al mar. Y él no estaría en el cementerio.