miércoles, 1 de enero de 2014

El barrio de SAN BASKARDO






 “La Iglesia de san Baskardo se alzaba en un alto, a la izquierda del camino que conducía a la playa de Azkorri”. (La tierra convulsa, 58)


EL BARRIO DE SAN BASKARDO

El barrio de San Baskardo en la ficción pinillesca, “barrio matriz de Getxo”,  es el barrio de Andra Mari. Este  fue uno de los dos núcleos medievales que está en el germen de la ciudad que hoy conocemos como Getxo. 

El nombre de Andra Mari le viene dado por la Iglesia dedicada a la Virgen Maria, Andra Mari en euskera. En la ficción pinillesca esta Iglesia está dedicada a San Baskardo, el primer mártir del santoral vasco de la zona. Y de él el nombre del barrio de San Baskardo en su Trilogía.

Y esta es la historia.
Era Domingo. En La Venta, taberna de chiquiteo y de encuentro del barrio,  iba a haber un gran banquete. Un banquete donde se serviría la carne asada de aquellas llamas traídas del Perú que habían asolado el barrio y, finalmente, acosadas, cazadas y muertas en el palacio de la marquesa Oiandía. Todo el pueblo estaba invitado. Las sociedades gastronómicas organizaban el banquete. Habría música, competición de arrastre de bueyes y de bertsolaris.

Entre los bertsolaris destacaba uno al que su naturaleza enfermiza no le había dado descanso. Sufrió  todas las enfermedades posibles y de todas se había ido salvando de milagro. Era de cuerpo muy débil pero tenía un don especial para las narraciones versificadas. Y cualquier tema le daba pie para cantar viejas historias de tiempos remotos que nadie entendía.

La comilona iba acabando y era el momento de los bertsolaris para lucir su ingenio y gracia.Todos los comensales lo estaban esperando.  Había empezado su competición que debía versar sobre temas de vinos y aguas.  Y siendo el turno el de aquel bertsolari enfermizo, justo entonces pasaba ante La Venta con un venado al hombro, camino de sus tierras de Sugarkea, Kume Baskardo, descendiente de la  antiquísima estirpe de los Baskardos de Sugarkea. Al verlo pasar, su cuerpo debilucho adquirió “una dureza de trance”… y  comenzó a cantar viejas historias de los Baskardo que nadie conocía o recordaba.

Y entre las viejas historias les cantó que una madrugada llegó a Arrigúnaga un chinchorro con un viejo de barba blanca, vestido de harapos. Al verlo, el patriarca Baskardo bajó a la playa para detener su avance.
-          Ave Maria Purísima- saludó el viejo
-          No queremos forasteros,- le atajó, seco, el Baskardo
-          Yo no vengo a robar sino a dar,- dijo, manso, el recién llegado.
-          Precisamente es lo que no nos gusta de los forasteros, que nos traigan cosas,- le espetó el Baskardo
-          Yo no traigo cosas; traigo todo,- dijo sacando un muñeco cosido a unos palos en forma de cruz.

Como la debilidad del anciano, después de la travesía, era grande, y sus piernas ya no le aguantaban, el Baskardo, hospitalario, lo llevó a casa. Y durante dos días le dio colchón y lo alimentó con pan de encina. Cuando el anciano despertó, le empezó a hablar de su Dios, el Baskardo le cortó diciendo que tenían a Urtzi; el anciano le habló de La Virgen y Baskardo le replicó que tenían a Amai; y, cuando aquel anciano le quiso hablar de la cruz y de Jesucristo, el Baskardo le nombró el lauburu. ”Todo eso ya lo teníamos nosotros”.

Salió el recién llegado de casa del Baskardo y fue por las tierras fascinando a sus oyentes con el relato de la paloma que todos los humanos tienen en el pecho y que, al morir, sale del pecho y vuela hacia el cielo para reunirse con Dios.

Al ver el Baskardo que había cobijado un cuervo, fue a su encuentro y se lo llevó a Arrigúnaga para botarlo en el chinchorro. Pero fueron interceptados y capturados los dos por un piquete de legionarios romanos que, desde hacía tiempo, perseguía al predicador de la religión prohibida. Al fin lo habían encontrado.

Como castigo ambos fueron crucificados en la cruz. El Baskardo no quiso oponerse y nada quiso decir para que no le tomaran por cobarde. Y estando en la cruz les gritaba a los suyos: "¡No creáis lo que estáis viendo!"

Murió, por tanto, como un mártir más del cristianismo y tres siglos más tarde  subió a los altares.

Y les cantó el bertsolari que, cuando el señor de Goitsu mandó construir una iglesia, eligió para ella el santo del lugar  (¡Recuerda, oh recuerda ! pág150 y ss , cuento recogido en Los cuentosed. Tusquets)



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