sábado, 23 de mayo de 2015

La higuera del Instituto J C Baroja de Getxo, una bonita historia








 En 1966, el Ayuntamiento proyectó levantar un instituto de segunda enseñanza en los humedales de Fadura, lo que provocó un curioso conflicto con el ocupante de la diminuta parcela, que no abandonaba desde la guerra. Por muchas razones que buscamos a lo largo del tiempo, no encontramos una sola que explicara qué le hizo permanecer esos treinta años cuidando aquella higuera (…) “(41) (La que esto recuerda es Mercedes Azkorra, la maestra de niñas de la escuela de Algorta).

Es cierto, en  los humedales de Fadura, en 1966, se inauguró un instituto de segunda enseñanza al que se conocía  como Getxo I. (A partir de 1981 se le daría el nombre de Instituto Julio Caro Baroja). A su alrededor se fue haciendo un amplio espacio ajardinado con árboles de varias clases, algunos arbustos y flores. Un diminuto jardín botánico. 

Ramiro Pinilla juega en su novela La higuera, publicada en 2006, con el año de inicio de construcción del instituto y su jardín.  

Y es aquí, en este entorno donde el escritor centra la acción de su novela: “en la vega de Fadura”, “en aquel minúsculo terreno” “con aquel hombrecillo de la cabaña”  que regaba algo por las noches, pero a nadie importaba qué regaba hasta que meses después de su aparición en el julio del 37 “se descubrió el esqueje de higuera” (13). Y aquel desconocido continuó durante treinta años cuidando aquella higuera. Luego vendría “un curioso conflicto con el ocupante”.

Sabemos por “el ocupante”, Rogelio Cerón, que el conflicto vino porque no aceptó ninguna propuesta del Ayuntamiento, aunque todas las propuestas muy ventajosas,  de cambio o permuta de su terreno por otras parcelas.

Unas eran propuestas y, a veces, artimañas impulsadas por sus camaradas falangistas de la guerra, que veían que, al arrancarlo de allí desaparecería el testigo de una tumba acusadora; tumba que ellos sabían que estaba debajo del árbol.”Esa tumba es un residuo privilegiado de todo ello” (212). Era un testigo de sus crímenes de guerra. Otras propuestas le llegaban del propio Ayuntamiento, necesitado de aquel espacio que había escogido para la construcción de un edificio escolar.

A pesar de todas las presiones, Rogelio Cerón no abandonó la parcela.  Y, una vez muerto, tampoco consiguieron mover la higuera y tumba de su sitio. Lo que pasó lo sabemos por la señorita Mercedes, que recuerda que fue  don Gabino, hermano e hijo de los asesinados, ahora cura coadjutor de Erandio, el que le dio la coartada al alcalde falangista de Getxo. “Necesito una coartada técnica para dejar la higuera donde está y que el instituto la envuelva” (261), les había dicho a los arquitectos.

Y, aquel niño que había enterrado a su padre y hermano y encima de la tumba había plantado un esqueje de higuera, con los años convertida en árbol, fue el que, ahora sacerdote, encontró la solución que al alcalde le pareció buena. Explicaba en un informe las ventajas que supondría “la creación  de un jardín botánico  con una rica exposición de plantas, árboles y flores tanto autóctonas como exóticas. Su emblema sería la Picus carica, la higuera, nuestra higuera. El jardín botánico se extendería a su alrededor. No habría que moverla” (262).

La pequeña historia que viene a continuación le haría sonreír a Ramiro Pinilla:

Alguien impulsó la lectura de su novela entre alumnas y alumnos. ¿Cómo no hacerlo, si parte de la trama tenía el instituto y su jardín como lugar escogido para una ficción?

Y lo que pasó fue que algunos lectores, alumnas y alumnos y un profesor del Departamento de Biología, Jesús Fernández Ungil, quisieron encontrar aquella higuera por el jardín del instituto... ¡Qué bonito entramado pinillesco donde se mezclan ficción y realidad! 

Al no encontrar rastro de la higuera, el mencionado profesor y otra profesora del mismo departamento de Biología, Mercedes Umaran, se movieron para convertir la ficción en realidad: conseguir una higuera para el jardín. Solicitaron al Departamento de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Getxo que les plantara una, y lo consiguieron. De todo esto tuvo noticia Ramiro Pinilla estando ya en el Hospital y le hizo muchísima ilusión.

Cuando murió Pinilla, su hijo, Rami, le comentó a Anabel, bibliotecaria del Aula de Cultura, que su padre tenía, en Walden, la casa familiar, un retoño de una higuera suya. “Un retoño muy majo, aunque pequeñito, que también se podría plantar allí, junto a la otra higuera…”. Y así se hizo, de manera que ahora hay dos higueras en el jardín del Instituto.

“Finalmente, en medio de ambas higueras, y a petición del Instituto, nosotros, el Aula de Cultura comentaba Anabel  hemos colaborado para colocar una placa con una frase del libro La higuera de Ramiro”.




(“Ellos” son el padre y el hijo enterrados bajo la higuera)

Este día hubo, además, una pequeña charla con un perfil sobre Ramiro y alguna anécdota sobre esta novela. Después, una breve lectura de fragmentos del libro. 


(Hay otra entrada en el blog sobre esta novela: Bajo la sombre de LA HIGUERA. La Cadena
 

4 comentarios:

  1. Muchas gracias, Gustavo, por difundir esta historia preciosa.
    Espléndido que Ramiro lo supiera.
    Ya cuenta con dos placas que son citas de sus obras, como en la esquela: no hacen falta más palabras.
    Y estupenda tu labor de rastreador y pensador de sus historias, lugares y tiempos.
    Un abrazo
    Ernesto Maruri

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  2. Hola Ernesto. Me gustaría hacer una ruta literaria en octubre, en el 1r aniversario de su adiós, recorriendo los lugares de su Getxo literario y entre ellos,por primera vez, el Instituto JC Baroja con su(s) higuera(s) y su placa. Para mí será un encuentro emotivo.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. La "breve" lectura duró toda la jornada escolar. En ella participaron María Bengoa, Ramiro Pinilla hijo, el alcalde, el director y todos los alumnos, profesores y personal de administración y servicios del instituto que quisieron participar. ¡Fue algo memorable!

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